jueves, 16 de mayo de 2013

Wikileaks: la resurrección de la democracia


Fuente: wikileaks.org
Dos año después, parece que casi nadie se acuerda de Julian Assange y Wikileaks. Mientras tanto, algunos problemas persisten: La crisis económica sigue ahogando a los ciudadanos, que asisten atónitos a las mentiras de sus presidentes y monarcas. Los recortes crecen proporcionalmente al pesimismo de la gente. La desesperación ya no deja espacio para pensar en otra cosa y menos para acordarse de un 2011 y 2012 tan grises como el año que tenemos por delante. Pero hay algunos logros que sí merece la pena recordar.

Como ya anunciábamos, en el ámbito periodístico el 2011 fue el año de Wikileaks. La organización de Julian Assange golpeó los cimientos de muchos regímenes democráticos o ¿quizás deberíamos llamarlos pseudocráticos?: “Assange y su constelación de colaboradores denuncian la conversión de la democracia (ya sin adjetivos) en pseudocracia: el gobierno de la mentira (pseudo, en griego). Un modelo que se justifica y presenta como securocracia: el gobierno que recorta la libertad en nombre de la seguridad. El miedo a la libertad es su esencia fundacional. El totalitarismo su unidad de destino Universal”. (Víctor Sampedro, 2011)

En realidad, los documentos facilitados por Wikileaks son sólo la constatación de que lo que todos ya sabíamos. Tras la aparición en el escenario mediático de todas estas revelaciones, quedó más que demostrado el poder de Estados Unidos como un incuestionable árbitro internacional. Como ejemplo, podemos destacar dos cuestiones muy polémicas sobre las que se perciben los intereses del gobierno norteamericano: la ley Sinde y el asesinato de José Couso. La importancia de estas filtraciones se constató con la reacción de los gobiernos implicados, desacreditando a su fundador, Julian Assange, y prohibiendo el sistema de donaciones. Desde que estalló la bomba informativa, Julian Assange ha sido perseguido e incluso acusado de abusos sexuales. Para ejemplificar la locura a la que se llegó, sólo hay que citar la existencia de unas fotografías que circularon por Internet, en las que se mostraban los condones supuestamente usados por el fundador de Wikileaks.

Si nos centramos en las consecuencias para el sector periodístico, Wikileaks ha dejado en evidencia a las empresas periodísticas, demasiado preocupadas en no desvelar escándalos por los intereses económicos y políticos que hay detrás de las mismas. Esta página web no es más que la prueba de la escasa confianza que despiertan los medios de comunicación para la sociedad ya que han dejado de cumplir su función como vigilantes del poder. Por ello, algunos ciudadanos han utilizado Wikileaks como contenedor de informaciones, refugiándose en la absoluta privacidad garantizada por sus creadores.  El problema es que dos años después, apenas ha habido repercusiones para los gobiernos implicados. Este tipo de datos deberían derribar o al menos noquear a algún que otro político y sobre todo, deberían hacer reaccionar a los ciudadanos. Sin embargo, las protestas han quedado reducidas a unos cuantos comentarios en las redes sociales. No debemos olvidar que “Wikileaks constituye, ante todo, una llamada a que nos autoconvoquemos como contrapoder democrático. En términos de fábula: es un llamamiento a que nos constituyamos en cibermultitudes que, pasando de la pantalla a la calle y a las instituciones, denuncian al emperador desnudo de turno y respaldan a las nuevas generaciones de activistas que primero mostraron las verguenzas del poder”. (Víctor Sampedro, 2011)

¿Os suena a algo todo esto? Pues sí, este recordatorio no es casualidad. Ayer, se cumplieron dos años de aquel 15 de mayo en el que todos despertamos. Y en el que alzamos la voz para pedir una democracia real urgentemente. Tal vez, la creación de Assange y otros medios de comunicación globales sean el camino para lograrlo: “Wikileaks puede regenerar y poner en su lugar al cuarto poder, la prensa, posibilitando un nuevo ecosistema informativo y puede, finalmente, regenerar la democracia”. (Víctor Sampedro, 2011) Crucemos los dedos.

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