viernes, 8 de febrero de 2013

Exilio


                                                fuente: poetadelalba1985
Al menos, una vez al mes, cuando un papel la retaba a ser ella misma, comenzaba el exilio. Por unas horas o por unos días, se separaba en cuerpo o en alma de todo lo que era y la rodeaba. Se sentía extranjera en su propia vida. No tenía ganas de compartir su tiempo con nadie. En esos días, habitaba entre versos, compases o recuerdos. Quien la conocía y sabía leerle las entrañas, ya contaba con esos inviernos porque siempre eran iguales. Ella acabaría volviendo sin hacer ruido, volvería a vestirse las legañas de entre semana y la sonrisa perenne de los días de sol.

Durante esos retiros, el papel era el único que conseguía hacerla hablar. Era incapaz de mentirle porque sabía que le debía mucho, le debía toda aquella paciencia y lealtad por no juzgar sus pensamientos. Era la única vía para reconciliarse consigo misma y poder mirarse hacia adentro sin dolor. Sólo después de haberse desnudado y haberse vertido por unos cuantos renglones, se sentía en paz.

El problema es que nadie, ni siquiera ella misma, sabía cuánto duraría aquella calma. Sólo había alguien capaz de darse cuenta: el folio en blanco más cercano. Siempre vacío, dispuesto a escuchar cualquier súplica, cualquier deseo, cualquier lloro. Su blancura eterna la invitaba a dejase llevar. No había que temer. Él la conocía bien, sabía que tenía que respetar sus huidas, aunque fueran sin motivo. En esos días no cabía ningún reproche, ninguna crítica. Simplemente había que dejarla ser. Ella, acostumbrada a su trato sincero y cálido, no tenía más opción que rendirse mientras se acurrucaba en torno a él. Y entonces, ya no había vuelta atrás: volvía a desnudarse al calor de las palabras. 

                                                                 

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